viernes, 14 de diciembre de 2018

Una aventura en Chocoy City - El Chivo de Pishito


Cuando te aventuras a conocer Barranca, no te deja de llamar la atención la rica tradición oral que tiene el pueblo. Una tierra donde los fundos y señores feudales proliferaron en los tiempos de los abuelos de los abuelos y parte del grupo de pueblos pioneros donde la voz de libertad fuese oída. De esta ciudad en crecimiento se conocen algunos lugares donde el misticismo de las leyendas y los cuentos de viejas aún proliferan con vehemencia. Es de ahí de donde tomamos la siguiente historia que algunos llaman un invento y quienes la vivieron aún sienten erizarse los vellos de sus brazos al recordarla…

Es la siete de la noche de un vienes cualquiera, estoy sentando frente a un hombre de apariencia descuidada que intenta acomodarse en el asiento de cuero que está desocupado en la mesa donde nos ubicamos. Me ha pedido que guarde silencio en cuanto a revelar su identidad, pues es por muchos considerado de orate. Desde de mi punto de vista es otro hombre más, con un pasado enigmático, un porvenir inseguro y un presente que te genera preguntas por su situación menesterosa actual.

¡Pishito! Invención de los abuelos, comienza diciendo mientras se toma de un sorbo media taza de café que ya nos han servido.

El lugar donde se desenvuelve esta historia es una cueva o caverna de pequeña a las orillas del mar, que la marea cubre en su totalidad de vez en cuando. Según la tradición era habitada por un chivo apestoso que podía traer la buena o mala suerte a las mujeres embarazadas, además todo foráneo que visitase su morada quedaba ligado a estas tierras de por vida.

¡Chocoy! De repente me interrumpe mi interlocutor, quién parece haber despertado de un letargo ¡La Universidad de los Burros!, prosigue.

Siempre he dicho que no soy supersticioso ni creo en fantasmas y espectros. Pero te puedo jurar que fue en Chocoy donde he vivido de las más extrañas experiencias de mi vida. Dicho esto, se terminó de un sorbo el restó del café que le quedada como quien toma valor para hacer una confesión de vida o muerte. Él se queda mirando un momento a la nada, como quien recuerda los detalles de un pasado que se le escapa incluso a su propia memoria. Sin embargo, se recupera rápido y vuelve a brillarle los ojos con añoranza de un pasado mejor.

Lo que te voy a contar lo puedes publicar con confianza, pero por nada del mundo debes hacer mención de mi nombre. Si me propones como autor de esto que te relato la gente solo dirá “no es más que una locura más de ese orate”. Entonces silencio lo dice con un ademán extraño que desconozco y traduzco como silencio Chitón dice después.

Todavía era pipiolo cuando ya sabía beberme mis tragos y divertirme igual que las personas mayores. Por es que no soy nada ni nadie. Chocoy era uno de los lugares predilectos para realizar mis aventuras, o mis locuras, como dice la gente.
En cierta ocasión se me ocurrió organizar una velada al aire libre, allí, en la Universidad de los Burros. Dicho sea de paso, ya las había organizado en otros lugares; en esta el número central sería la “danza de los siete velos”. Para ello reuní a los más graneadito de mi pandilla y, por cierto, no faltaron unas cuantas damiselas de mi pueblo. La función comenzó maravillosamente, golpeando piedras, latas viejas, palos y nuestras voces destempladas. Se inició la danza de los siete velos y la ya era entrada la noche. Los chicos y las chicas bailaban y sus toscos movimiento podían apreciarse a través de la hoguera que nosotros habíamos armado. Me sentía orgulloso de capitanear un grupito de sin discutir aceptaba mis extravagancias.

Nadie me dijo que esa noche tendría la más rara de mis visiones, inverosímil y sin precedentes. De pronto la noche parecía más clara, un zumbido se oía por todo el lugar, las parejas que bailaban se quedaron estáticas ¡Relámpagos y truenos! Era el chivo ¡Ahí estaba el chivo de Pishito! Pero el diabólico animal no era uno de talla normal, era enorme y sus ojos brillaban como si fueran los del mismísimo demonio.

El negrísimo animal lanzó un berrido que no sacó del shock inicial, pero que, al mismo tiempo nos dejó los pelos de punta. Acto seguido el animal se “tiró un gas” tan hediondo y pestilente que apagó a hoguera. No te puedo contar más de lo que sucedió esa noche porque caí al suelo y todo se volvió negro. Nunca me había sucedido algo así antes, por eso al despertar, estaba aturdido. Mis compañeros de parranda me dijeron que también lo habían visto y temblando íbamos caminando a la población. Desde aquella vez no volví a organizar una aventura nocturna en Chocoy ni mucho menos cerca a la cueva de Pishito…

Diciendo esto, se retiro del establecimiento sin mayor despedida que un asentimiento de cabeza y regalándome una expresión de agradecimiento.

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