Científicamente, este, relato puede ser
considerado, como pura ciencia ficción, si es que el hecho mismo del
acontecimiento no hubiese ocurrido en el seno de una familia conocida de
Barranca.
Relatar un caso dramático como el que le
ocurrió a Don Abilio Montes, viejo agricultor ancashino, radicado en la ciudad;
es materia de escudriñar la mente humana, el factor memoria, y poner en la
balanza del misterio. Si hay un rasgo de mentira o de invención otoñal de Don
Abilio para justificar una escapada de ocho días y luego de presentarse ante la
familia, hijos y nietos: “Aquí estoy, ya traje el pan para el almuerzo”.
Pues lo que sucedió aquél 03 de agosto a
la hora del almuerzo quedará asentado en estás líneas para evitar la perdida de
este relato en la memoria de los barranquinos. Era un domingo, cuando comenzó lo
más inverosímil en la vida de Don Abilio Montes; en su hogar no se da pausa al
interrogatorio para conocer donde comienza la verdad y donde arranca la
fantasiosa pérdida de memoria del veterano agricultor jubilado, o si fue
sencillamente una contundente realidad que traspasa y ubica al hombre en la
dimensión desconocida casi imperceptible al entorno que lo envuelve y lo
mantiene en su hábitat. Como fue que sin darse cuenta que su presencia, su
cuerpo y su mente se desplaza en cámara lenta rompiendo las reglas de la física
en un pasaje de ida y vuelta donde el minuto equivale a un día.
Comencemos por el primer momento
relatado por su hija Rosa Elvira: era la
una de la tarde. Mi padre nunca almuerza si no hay pan o galletas en la mesa;
así que salió a comprar a la bodeguita de la calle Vilela, a una cuadra de
nuestra casa, y allí se inició la pesadilla. Al pasar una hora y su ausencia
haciéndose notar, envió a su nieto a buscarlo y no daban con su paradero. Llegó
su hijo Miguel y casi se queda mudo por la misma causa. Pensábamos lo peor. ¡Un atropello! Fuimos al Hospital y nada. ¡A la
policía! No había tampoco parte alguno, pero dejamos sus señas y foto.
Esa
noche salimos a buscarlo a la casa de algunos amigos. Los días siguientes eran
angustiosos, se suscitaban momentos dramáticos, incluso ya habíamos dejado
notas en los diarios de Lima y la televisión. Hasta creíamos en un crimen. Pensábamos
tantas cosas horribles, pero no dudamos que podríamos hallarlo sano y salvo tal
como sucedió a los ocho días en que salió a comprar el pan”.
La hija Rosa Elvira toma un aliento y
cuenta: “Se apareció veinte minutos
pasada la una de la tarde con un paquete de galletas diciendo: Hija sírveme la
comida antes que se enfríe”.
Ese instante fue como un relámpago del
santísimo Señor de los Milagros, pero después que todo se calmó mi padre no
quiso reconocer por nada del mundo que habían transcurrido nada menos que ocho
días y no veinte minutos para traer las galletas desde la bodeguita. Se dispensaba
creyendo que todo era una fea broma que le hacíamos o que le queríamos asustar
con una historia fantástica.
Al fin contó mi padre que lo único
extraño que vivió en el camino a la tienda es que transitó por un pasaje
angosto blanquísimo con paredes hechas de tules, como persianas; y la dueña de una
tiendita sin puertas, y sin mercadería alguna a la vista, le alcanzó sin que él
le pidiera las galletas. Y luego le dijo: “Usted
no parece de por aquí Señor”.
Don Abilio, regresó paso a paso su
trayecto a casa sin notar vehículo alguno. Fueron ocho días donde no había
tiempo. Ni presente o futuro. Su experiencia lo ha llevado a sufrir de fuertes
pesadillas y desgaste emocional. Se ha recluido en su casa como un viejo ermitaño
y no quiere responder nada de su ingreso a la dimensión desconocida. En ocho
días no le creció la barba, ni sintió hambre.
¡Este
pasaje sale hacia la calle Lima no lo cruce...! So pena de desaparecer en la
dimensión desconocida.
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