sábado, 15 de diciembre de 2018

UN MIÉRCOLES DE MIÉRCOLES - Tragedia en el Viejo Supe

Recordar para los antiguos Supanos la tarde del 21 de enero 1891, es algo como para borrarlo de sus mentes, porque fue un día de tragedia y desolación.

¿Quién iba a pensar que, el querido viejo Supe, como se le llamaba, fuera arrastrado por el lodo y piedras? Que las torres de sus dos hermosas iglesias, orgullo del pueblo, se fueron al suelo como un castillo de naipes.

Desde lo alto de las torres se contemplaba una campiña supana esplendorosa y atractiva, fruto del trabajo manual del agricultor de la zona. Tenían las iglesias dos sonoras campanas que cuando las accionaban retumbaban la ciudad con un hermoso y casi dulce sonido que dejaban a los habitantes felices y con ganas de seguir trabajando por el bien del pueblo. Se dice también que ellos con el sonido de las campanas vivían tiempos de paz, armonía y serenidad.

Pero no todo es gloria en la vida, la naturaleza es la naturaleza y se presenta a veces cuando menos se espera, es la ley de la vida, en esta tragedia que le estamos contando hay muchos sucesos y anécdotas. La ambición y la codicia son causas de pesares, lágrimas y hasta la muerte. Para graficar lo dicho les contaré una anécdota que sucedió por esos días de tragedia: Don Rudecindo Gamboa, fue un señor que vivía en la campiña de Supe, tenía como hobby en forma avarienta juntar joyas, dinero, monedas de oro. Era de los que les daba poco a los trabajadores, y mucho lo que recogía y guardaba. No se comía un plátano por no botar la cáscara. Todo lo amasaba, lo guardaba dentro de su casa y no compartía con nadie. Habitaba en un viejo caserón y sólo se mostraba algo generoso con sus perros que le servían de guardianes día y noche en su casona. Y no era para menos, él sabía que los amigos de lo ajeno lo tenían en la línea de mira para asaltarlo, muchos fueron los intentos de éstos por ingresar y sus perros los hacían correr. Vivía sólo él y sus perros. Según cuentan don Rudecindo echó de la casa a su señora y su hija Leonor por “gastar demasiado” y por temor que le estuvieran robando.

Pero una fría mañana don Rudecindo no salía de su casa, los vecinos se dieron cuenta, lo buscaron y lo encontraron muerto. Luego de varios días los asesinos fueron capturados, al recluirlos contaron el crimen, pero juraron ante las autoridades policiales, por todos los santitos y por sus madres que jamás encontraron el tesoro que buscaban. Se habían pasado días demoliendo los suelos de la casa y no encontraron nada.

La hija Leonor, lo único que recibió como herencia fue el caserón, de las riquezas del viejo nada que ver. No había nada. Ella estaba casada y también heredó la ambición del viejo. Estaba casada con un hombre que según cuentan era tan ambicioso como ella, y tenían una hijita de nombre Leonorcita que tenía 9 años.

La vehemencia por encontrar el tesoro fue tan grande que habían planificado excavaciones en toda la casona. Pero fueron tantas las excavaciones que terminaron debilitando el inmueble y hubo un derrumbe bajo tierra de una parte de la casona y sepultó a Leonor y a su esposo padres de Leonorcita, que quedó huérfana, pero ella si ya no ambicionaba nada de la fortuna del abuelo, luego cuando la solicitaron en matrimonio le puso como condición al novio, no intentar nada con relación a la historia del tesoro, Leonorcita se casó y tuvo una hija que le pusieron de nombre Mercedes, quien muchos años después heredó la propiedad. La tataranieta había heredado “la ambición” del abuelo, y con su esposo se obsesionaron por encontrar las riquezas pues buscaban
 y cavaban la casa de arriba hacia abajo.

En diciembre de 1890, el campo presentaba un follaje verde natural, matizado con el color de las frutas que ya iban madurando, la naturaleza florecía, pero en la mente de Mercedes la situación era distinta, ella soñaba con otra clase de vida, lujos, vestimenta, piedras preciosas, oro, perfumes, todo eso se imaginaba que tendría si lograba encontrar el tesoro ¿Cómo lograrlo? Se decía interiormente, así que comenzó con las excavaciones. Sacaban del caserón puertas, ventanas, no le importaba nada, sin siquiera darse cuenta que el clima en las afueras estaba cambiando.

Gruesas gotas de lluvias caían en las tardes de enero de 1891, eso no era normal, pero el ambiente estaba casi agradable. Mercedes y su esposo parecían no darse cuenta de lo que pasaba en las afueras, ya habían echado abajo por lo menos la mitad de la casona, cuando la incertidumbre y el presentimiento de que iba a suceder algo malo se apoderó de la población.

El martes 20 de enero 1891, el cielo se puso oscuro extrañamente, y se desató una lluvia a chorros. Pero Mercedes y su esposo no hacían caso a este fenómeno, seguían afanosamente buscando el tesoro con más interés que antes. Horas después cesó la lluvia y renació la luz del sol, la población se sintió más tranquila y todos esperaban que el siguiente día fuera mejor, eran sólo juegos y esperanza, pues no fue así.

La tarde del miércoles 21, más o menos a las 3 de la tarde, apareció un viento que parecía silbar con fuerza, como si se hubiese propuesto reventar los tímpanos de la gente, cayó una lluvia casi como si los caños estuvieran abiertos y el colmo para rematar la situación: un huayco. Eso ya fue el acabose... lodo, piedras, muebles, puertas, animales, cuerpos de trabajadores del campo, todo lo arrasaba el huayco. Apenas se escuchaban los gemidos y gritos de algunos sobrevivientes que poco a poco se perdían a la distancia. Todo este fenómeno duró un lapso de dos horas, ya el sol se fue alejando, cuando el cielo comenzó a oscurecer, un viento fuerte soplaba anunciando más desastres.

Pero a pesar de esto, Mercedes se resistía a salir y abandonar la casona, su esposo tuvo que sacarla a la fuerza. Afortunadamente subieron a un cerro que había frente a su casa, y desde allí observaban como se desplomaban las paredes, incluso la pared principal tenía una cornisa muy antigua y ellos no habían podido tumbarla. Al contemplar la caída de la cornisa, los ojos de Mercedes, se abrieron inconmensurablemente... ¡Oh! Con asombro vio que al caer la comisa cayeron dos grandes baúles que habían estado ahí escondidos, en sus entrañas, con el golpe se habían abierto, cayéndose al barro del huayco oro y joyas del tesoro de su tatarabuelo, sin duda alguna en esos momentos Mercedes y su esposo no pensaron otra cosa que no fuese salvar el tesoro y se aventaron desde el cerro al rodante barro que corría, dando como resultado que Mercedes, el esposo y el tesoro se perdieran para siempre, al igual que el viejo supe. No quedó nada.

Esta breve historia trágica y anecdótica tiene 100% de realidad y veracidad, y nos fue contada hace mucho más de 60 años, por mi padre (Q.E.P.D.) José Núñez Bazalar, a mis hermanos y a mi cuando nosotros le solicitábamos juguetes. Orgullosamente se aparecía con una capacha llenas de bolas lecheras y nos decían que eran recuerdo de familiares y que las habían encontrado enterradas en el viejo Supe.

Esta historia espero que sirva como ejemplo y reflexión a la juventud de esta hermosa provincia de Barranca. ¡Qué tal miércoles de miércoles!

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