domingo, 16 de diciembre de 2018

El Jinete Sin Cabeza de 9 de Diciembre


Narra la literatura oral de Barranca, el verbo del pueblo, los libros no escritos, que hace muchísimos años en el hoy denominado barrio 9 de diciembre. Había un caminito de herradura, paralelamente deslizábase una acequia llevando agua para las cementeras de esa zona y también de Chocoy, aún no nacía la urbanización independencia. La empresa de bebidas, “La Concordia”, ni el cementerio chino. Nacían y florecían productos de pan llevar, principalmente camote, fréjol, maíz, yuca, tomate, papa, ají, culantro; y también, árboles frutales. “¡Qué lindos sembríos! ¡Qué lindos tiempos!”

Los ancianos de aquel entonces narraban que algunas noches de luna llena solía cabalgar a medianoche un descabezado ¡Qué miedo! ¡Qué terror!

Aprecia como una luz en el barrio de Lauriama, siendo su destino el mar, nunca regresaba, desaparecía entre la espuma chillona del océano.

Era impresionante su cabalgar sobre una mula marrón, con un apero de plata, y riendas de cuero blanco. El apuesto jinete usaba un sombrero cenizo y sobre su cuello invisible colgaba una pañoleta roja. Su poncho era blanco, brillaba como una luna gestante, sus botas (confeccionadas con cuero de culebra) eran relucientes, siempre estaban bien lustradas, las espuelas de plata se hundían someramente sobre la panza del mítico animal.
En una oportunidad, un regador lugareño al encontrarse frente a frente con él, le dijo: “Buenas noches señor”
No hubo respuesta se quedó mudo para siempre. Desde aquella vez, lo bautizaron como el “mudo regador”. La gente huía de él, porque alegaban que su alma se la llevó al diablo. Cuando murió el infeliz regador, los cargadores argumentaban que no pesaba nada, que su cadáver era una pluma, por eso lo enterraron rápidamente de cabeza, en forma vertical, el hoyo era bien profundo, lo hicieron para que la tierra lo tragase, nunca más querían ver a este personaje diabolizado. Sin embargo, tiempo después, otros agricultores manifestaban que habían visto al “mudo” regando su chacra. El espanto cundió sus almas y cambiaron el horario de regadío.

Pero el jinete seguía esporádicamente su cabalgar. Cierta noche de plenilunio, tres niños, tres hermanitos, que siempre escuchaban el cuento del jinete sin cabeza; decidieron verlo. La curiosidad venció al miedo, querían saber si los mayores no mentían. Planearon su estrategia, y a eso de las 11:30 de la noche, sacaron la tranca de la puerta y salieron sigilosamente de la casa. El destino era el caminito. Se escondieron en medio de la enorme planta de laurel ¡Qué valientes! ¡Qué osados!

Agazapaditos, calladitos, y con los ojos bien abiertos esperaban la exacta mitad de la media noche, la caída del péndulo vertical a su escondite, el paso del chalán, del misterioso jinete era el paso del diablo, y llegó la hora ansiada, pero en ese instante, una enorme culebra negra y brillosa salió de su matorral.

Cruzó el estéreo caminito. Los tres cuerpitos se estremecieron, en la polvorienta tierra quedó marcado su grosor. Un zurriagazo había caído sobre el lomo del sendero; en lontananza ya se dejaba escuchar el tamboreo de unas herraduras. Era la marcha tétrica de la mula. El trotar de acémila satánica.  Los niños se tiñeron de susto, cruzaron las manos, también las miradas una y mil veces. Sabían perfectamente que no podían hablar, porque quedarían mudos como su difunto tío.

El quimérico jinete se iba acercando, metiendo la espuela más y más, los niños se acurrucaron formando una piedra humana, gélida, helada, congelada, manos y pies sudaban de frío. Tres corazones empezaron a saltar. Ya estaba muy cerquita. Contuvieron la respiración y pasó el espectro.

¡Qué impresionante era! ¡Que flacazo era! ¡Qué feo!  Seis ojos asustadizos no parpadearon, con la mirada siguieron al personaje hasta que se perdió en las olas de Chocoy, donde el mar bramaba. Los niños se habían quedado estáticos, asustados, pero el regreso de la culebra los interrumpió. Aquella pastosidad, el reptil se deslizó presurosamente a su nidal, ellos también retornaron a su covacha. Se acostaron en su tarima. No hablaban, tenían miedo de quedar mudos. Toda la madrugada lo pasaron en vigilia. Era imposible dormir. Con los párpados caídos pernoctaron hasta que con el amanecer llegó el sol. Y con él, también la conversación.

Viste era cierto lo que decían los abuelos:
Oye ¿Estaba limpiecito?
¿Tuvieron miedo, ustedes?
Mis manos sudaban, mis pies también.
Yo sentí agüita en mis llanques.
¿Horrible no?
Oye ¿Y la víbora?

Y se fueron corriendo al mismo tiempo que decían: “Vamos a tirarle piedras a su guarida!
Arrojaron muchas piedras y no salió el animal. Impacientes, dos fueron a traer barretas y machetes. Cortaron la planta, escarbaron y solo encontraron el pellejo del ofidio.

El diablo se lo tragó – dijo uno de ellos.
Sí, se llevó su cuerpo por habérsele cruzado en su camino.
Nosotros nos burlamos del diablo. ¡Yey! ¡Ganamos! ¡Si!

Efectivamente fue una burla al diablo. El viento llevó la mofa a los oídos del jinete. Este avergonzado, nunca más regresó. Reinando desde aquel entonces por estos lares mucha tranquilidad, concordia y paz.

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