La leyenda de la mujer que se convertía
en pato recorre casi todos los pueblos de la costa. Cada lugareño que la
cuenta, precisa el lugar donde sucedían los hechos. Pativilca no es ajeno a
esta historia, pues Don Jorge Torres García en su libro inédito “Cuentos
averiguaciones de Pativilca histórico” (1938) la menciona, “... allí, a las
doce de la noche, cuando hay luna llena... una bruja en forma de pato... ¡Qué
miedo!... ¡Chua, chua, chua!... aletea y se baña en la acequia...”
Sobre esta historia, le pregunté allá
por los sesenta, a doña Lidia, una robusta mujer que decía que había nacido a
fines del siglo XIX en la casa que es actualmente la casa de Bolívar. Doña
Lidia era una mujer muy carismática. muy servicial, muy trabajadora, que en las
noches invernales preparaba un delicioso champús agrio que sus comensales
bebían lentamente mientras conversaban sobre los últimos acontecimientos
pueblerinos.
Doña Lidia me contó la historia de esta
señora; vivía en una casa con un gran huerto regado por una acequia que
atravesaba todas las casas y que servía como botadero. Esta casa estaba
conformada por una habitación de quincha al costado de la puerta de entrada.
Parece que la habitación central había desaparecido por el paso del tiempo,
porque se podía apreciar a través de una puerta de calle, apenas abierta, un
terreno baldío y a continuación, presidida por una hermosa parra, los árboles
frutales que asomaban por encima de la pared, preñados de nísperos, guayabas,
melocotones, paltas, ciruelas y mangos que eran vendidos a través de la estrecha
entrada por unas añosas, pero muy bien cuidadas manos.
Era el único huerto del pueblo respetado
por los palomillas, debido a que la dueña tenía fama de bruja y que te podía
echar “el mal de ojo”. Y precisamente de ella se decía que en la noche se
convertía en pato y nadaba en una de las acequias "grandes” que cruzaban
“la calle de la derecha" o calle principal, bajo puentes de calicanto, muy
cercana a la casa donde moraba la señora en cuestión. Una noche de plenilunio,
tres mozalbetes, el "negro Tunca", el "cholo Hilario" y el
“chino Coló” sentados bajo el alero de la única mansión que todavía tenía un
desgastado corredor de madera, aguardaban pacientemente que esa noche sucediese
algo extraordinario, que la vecina de la casa de enfrente saliera de su casa,
se convirtiera en pato y se lanzase a la acequia. Ese estado de vigilia, era una
costumbre que habían adquirido debido al rumor de la leyenda, y además les
permitían compartir otros cuentos y chismes mientras fumaban cigarrillos
Nacional que el chino sacaba a escondidas de la tienda de su padre.
Una espesa nube ocultó por un momento la
redonda cara de la luna, la curva de la calle principal pareció desvanecerse
por un instante; súbitamente una sombra pequeña pareció correr de la casa hacia
la acequia que por esa época traía poco caudal porque los hacendados habían
mandado cerrar las compuertas para desviar el agua hacia sus otros terrenos.
Los muchachos se envararon - ¿Viste? - dijo alarmado Coló - Es una rata - rezongó Hilario. - Es muy grande pa' ser una rata - susurró, con los ojos muy
abiertos el negro Tunca. Lentamente se levantaron tratando de hacer el menos
ruido, se acercaron al puente casi agachados. Un chapoteo extraño resonaba bajo
el puente. Los muchachos sintieron un escalofrío que les puso la carne de
gallina. El chino Coló quiso correr, pero fue sujetado por Hilario. - Acompáñame - le
dijo - Tunca, tú andas por el otro lado pa' que no se escape - ¿Quién, el chino?
- atinó a responder Tunca. - No cojudo, el pato - le reprendió Hilario. Tunca
pensó preguntar - ¿Cuál pato? - Pero intuyendo la respuesta se fue al otro lado del
puente, recogió unas cuantas piedras y se agacho esperando los acontecimientos.
Hilario, seguido de Coló que temblaba
como palúdico, metió la cabeza bajo el puente. No había tal pato chapoteando;
la azulina luz que ingresaba por el otro lado del puente donde estaba Tunca
permitió ver que el agua corría por el centro del lecho dejando a los costados
montículos de arena mezclados con ramas y cañas: pero observando más de cerca
percibió algo que se movía cerca a la base del puente. No, no era un pato, era
un bulto como un costalillo conteniendo algo.
Tomando valor se acercó y lo que
vio lo sobrecogió, no era un costalillo, no era un pato; era un pequeño fardo
que envolvía algo que se movía. - el pato se ha enredado - se dijo Hilario. Con
una rama pequeña fue destapando el bulto esperando que en algún momento el pato saltara. – agarra un palo - le susurró a Coló. El chino ni se movió,
estaba como petrificado. Al separarse la tosca tela de la envoltura le permitió
ver el rostro de un bebé, al parecer envuelto en pañales que dormía
plácidamente. Lo contempló un instante sin saber que hacer - ¿Está muerto? – escuchó
por encima de su hombro la voz temblorosa de Coló. - No, parece dormido -
susurró. Tomando a la criatura en sus brazos salió del puente y lo depositó con
cuidado en la orilla de la acequia. Tunca se acercó y lo contempló con
desconfianza. El chino con los ojos muy abiertos también se acercó. Hilario,
más tranquilo pensaba que hacer con la criatura. Primero había que abrigarla,
luego llevarla donde su abuela. Ella si sabría qué hacer.
A la luz de la luna que había vuelto a
mostrarse en todo su esplendor, las siluetas del puente y los muchachos
contemplando al niño semejaban una escena recortada en cartulina negra sobre un
fondo blanco azulado. Hilario desprendió los restos de la tosca tela que lo
había envuelto. Observó que un gorrito azul le protegía la cabeza, un ropón al
parecer del mismo color le cubría el cuerpo. - ¿Tendrá tres meses? - se
preguntó. De pronto el niño abrió los ojos, sus pupilas empezaron a dilatarse
mientras en cada una de ellas aparecía un puntito rojo que fueron creciendo
como dos bólidos despidiendo chispas viniendo de la profundidad, y mostrando su
dentadura completa exclamó con voz gruesa -¡Mira mis dientes! - Y una mueca
diabólica apareció en su rostro. Los muchachos dando alaridos salieron
corriendo y no pararon hasta el Guayablto que era el límite norte del pueblo.
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