Esta historia es harto
conocida por los nacidos en el siglo pasado. Se dice que hace muchos atrás, cuando
los huaqueros solían sacar láminas de oro de la fortaleza de Paramonga, de uno
de los cerros que circulan la ciudad, salía a media noche una carreta maldita
que sin conductor o animal que la mueva.
Además de estar hecha
de oro macizo, se decía que este mítico carruaje portaba una valiosa carga de oro
y otros minerales valiosos. El rumor general es que los antiguos pobladores de
la zona ocultaron sus tesoros de la invasión española en las huacas dentro de los
cerros y encomendaron a seres espirituales del bajo mundo su protección. Los mismo
que sacaban a pasear estos tesoros para atraer a los ambiciosos o curiosos, y
alimentarse de sus almas.
En los días de luna
llena o cuando la cosecha empezaba, el mítico carruaje salía del algún lado del
cerro más grande y hacia su camino por sus faldas. Al primer canto del gallo retornaba
sobre sus pasos hasta volver a desaparecer en el cerro del que emergía.
Un día, unos señores
venidos de la capital, sabiendo de la carreta a través del chisme llevado por
locales, se informaron bien por donde solía ser avistada. El plan de los foráneos
era seguirla a determinada distancia y saber exactamente donde es que desaparecía.
Así, el día en que la luna estaba más grande sobre el cielo, los hombres con
palas y picos se propusieron esperar la salida del carruaje.
A media noche, la
carreta fue avistada por el más mozuelo del grupo y pronto todos los presentes se
alistaron para la vigilia. La carreta empezó su camino en el cerro más empinado
y prosiguió su andar recorriendo un total de siete cerros.
Quiénes estaban en el
grupo vieron anonadados como las ruedas se movían solas, sin animal que lo ale,
y como esta se direccionaba tan bien como si tuviera un chofer invisible que la
guiase. El miedo y el pánico se apoderó de los hombres quienes intentaron
retirarse; pero, al grito de su líder y un par de palabras soeces para darse
valor, siguieron a varios pasos de distancia a la nave.
Alrededor de las cuatro
de la mañana, al primer canto del gallo, la carreta regresaba a su escondite
junto a la comitiva que intentaba hacerse con el tesoro. Los hombres pudieron
ver que la carreta se interno en un caminito muy angosto, que se hacía más difícil
de avanzar para los huaqueros que sentían que el aire les faltaba. Terminaron adentrándose
en una cueva donde la tierra parecía haber sido removida. El líder los incitó a
cavar empezando el mismo a hundir su pala en la tierra. En unos minutos la
pudieron desenterrar por completo.
Sin duda los huaqueros
estuvieron felices de haber obtenido tamaña cantidad de oro sin mayor esfuerzo y
empezaron a celebrar con agua ardiente. Cuando más ensimismados estaban con la
celebración que no notaron como la carreta cobró vida y se alejaba de la cueva sin
dirección aparente. Para cuando el líder de los huaqueros notó la ausencia de
su botín la carreta ya llevaba mucha distancia delante de ellos. Los hombres empezaron
a correr tras ella, pero parecía que su botín aumentaba de velocidad cada que
estaban cerca de recuperarla.
Al final el mítico
carruaje terminó llegando a orillas del mar donde siguió su camino hasta
desaparecer en las olas. Algunos dicen que los huaqueros desesperados se internaron
en el mar intentando alcanzarla y se ahogaron en el intento, otros que la
decepción los llevó al suicidio; la verdad es que nadie puede precisar cual fue
el rumbo que tomaron estos hombres codiciosos después que el cuantioso botín se
les escapó de las manos. Lo que si se sabe es que después de eso nunca más
volvió a ser avistada la carreta dorada y su preciosa carga.